Locutorio/visitas CIE Aluche |
“… Mientras tanto, se ha
instalado una carpa provisional para acoger a los ciudadanos que acuden
a tramitar el DNI, lo cual provocó la indignación entre algunos de ellos…”,
publicó el 29 de junio de 2005 el diario ABC, sobre la inauguración del
complejo policial en el que se inserta el Centro de Internamiento de
Extranjeros de Aluche.
Pero la carpa continúa allí,
siete años más tarde las personas que visitamos seguimos esperando bajo la
suciedad de esa lona que alguna vez fue blanca, jamás lavada, siempre sucia,
cada día más gris. Una ¿sala? sin luz ni puertas ni ventanas, una tienda de
campaña de pisos sucios y bancos inhóspitos, para que esas visitas no deseadas
- miradas curiosas que pueden denunciar la inhumanidad del lugar y el maltrato
a sus seres queridos-, no se sientan jamás cómodas. Siempre intrusas y
rechazadas.
Un lugar donde a las 6 de la
tarde de un día de invierno es más fácil escuchar el repiquetear de los pies
que luchan contra el frío que ver nuestras miradas perdidas en la oscuridad.
Una carpa de espera provisoria que ahora sabemos, es para siempre… Poco importa
que pasemos largos ratos esperando en esas condiciones. Al fin y al cabo, si
las personas que tienen detenidas son cosificadas, numeradas, maltratadas…que
no pueden hacer con nosotras, simples cuerpos que “pierden” su tiempo en
visitar esa escoria que el Estado se empeña en expulsar. Esos entes no humanos,
privados de derechos, de nombre y apellido. Vidas quebradas a uno y otro lado
de las rejas.
Allí empieza la visita, hace años
a la intemperie, bajo lluvias torrenciales, soles incandescentes y hasta nieves
esporádicas. Recién en 2009 empezamos a ser personas dignas de protegernos de
las inclemencias del tiempo, primero bajo los techos de chapa de un diminuto
aparcamiento de motos, de pie, luego bajo la negritud de esa carpa.
Recuerdo el invierno de 2008,
cuando a las 8 de la mañana una chica guardaba su lugar para entrar en el
primer turno de la tarde y así llegar a horario a su trabajo. Me acerqué a
dejarle un termo con té caliente, y al mediodía, cuando volví a hacer mi visita,
ella había perdido la voz del frío padecido. Ese día comprendí todo lo que
implicaba el castigo a quienes visitábamos, o aquel otro, cuando por los
megáfonos un policía gritó “¡de quién es ese chico que está jugando con la
pelota. O se sienta o su madre no podrá entrar a visitar!”. Horas de frío, de
angustia…. Y el chiquito dejó “de joder” con la pelota, como canta Serrat… para
satisfacción policial. Orden y coacción.
Y allí empezamos hoy nuestras
visitas cada día. Es el lugar donde nos reconocemos con las familias, donde es
usual escucharles decir “al menos acá me siento comprendida”, porque sí, no hay
dolor mayor que a la pena de tener un ser querido tras las rejas, sumar que
nadie nos crea que esa persona está detenida tan solo por no tener un papel.
Sospechas que siempre caen sobre las personas más débiles.
Patio de hombres del CIE de Aluche |
Nos autoorganizamos con la lista
de visitas. Nada formal, quien llega abre un listado en el que uno visualiza números,
así nos toca identificar a nuestras amistades internadas en el CIE. Anoto el
2285 y sé que antes que mi amiga, han pasado este año por Aluche 2284 personas,
seres humanos, historias de sueños y frustraciones, todas quebradas por la
injusticia de un primer mundo que crea estas cárceles como forma de coacción,
de miedo. Y uno se acostumbra a ser fuerte pensando que esa persona que vamos a
ver, estará peor aún. Nosotras al salir tendremos posibilidad de descargarnos
con un abrazo amigo, una rica comida que cocinarnos, una película, internet, un
libro. Ellas, el silencio solo roto por las llaves de los candados.
Cada tanto, entre las 15:30 y las
19 horas de cada día baja un policía a recoger la lista, y aunque con
excepciones, el tono suele ser duro, frío, distante. Y duele cuando a alguien le
responden que esa persona que va a ver ya no está, y lacera la piel cuando casi
graciosamente se juega con sus sentimientos al responderle “no sabemos dónde
está, aquí ya no. Habrá sido expulsada, y sino ya le llamará”. Licencias que da
la impunidad del uniforme.
Incluso hay alguien de quien aún
hoy, tras más de cinco años haciendo visitas, no puedo asegurar que sea
policía. Está de lunes a viernes, siempre vestido de civil, en verano hasta de
chanclas… de contestaciones irrespetuosas y marcando que en ese lugar manda él
y si no nos gusta, como alguna vez me respondió, que vaya a cambiar las leyes a
mi “puto país”… Que por cierto es el mismo que el suyo, más allá de mi acento.
Burlón con quienes no entienden
bien el castellano, rara vez dispuesto a ayudar, de malos modales y hasta
nauseabundo cuando procura hacer valer su posición de custodia aparentando simpatía cada vez que se acerca –especialmente- a mujeres jóvenes. Abuso de
poder que le llaman las leyes, normalizadas prácticas de la realidad CIE.
Una vez pasada la lista de 10
números nos suben a los locutorios. Diez cabinas de cristal y al fondo en un
cuarto también acristalado, a veces las insultantes risas de las personas que
trabajan para la ONG que a cambio de más de 400mil euros es la única que puede
recorrer lo que a todas nos tienen prohibido. Cara y cruz (Roja) de una
realidad, su silencio y complacencia con lo que ven, nuestro dolor e lucha por
sacar a la luz lo oculto.
Mientras dejo una tarjeta telefónica
para mi amiga, quien está en la cabina siguiente a la mía se empeña en pasar
rápido el champú de su envase opaco a una botellita de agua mineral transparente, ante la atenta mirada de la
policía…Y de esas cámaras que son un ojo a nuestras espaldas, una mirada que
todo lo vigila. “1984” pienso, sí, estamos dentro de un Estado policial.
Dos cabinas más allá una beba que
imagino no tiene más de año y medio hace garabatos en una hoja arrugada que su
mamá le ha dado. Vienen a ver a su papá, pero en la inocencia de sus ojos ella
no comprende por qué él está allí. Mejor para ella, sus muecas serán un regalo
que acompañe a Raúl -su padre- en las noches frías de litera y rejas.
Una vez revisado con minuciosa
precisión todo lo que llevamos, otra vez empieza la danza de los números para llamar a esos seres que queremos, que
tiene un nombre y apellido aunque allí se los nieguen. Se abre el cristal de la
cabina que nos separa y podemos abrazarles, besarles, darles la mano…pero el
reloj apura y 20 segundos ya es demasiado para demostrar afecto ¡no sea cosa
que se humanicen!. Otra vez la cabina se cierra con llave y solo queda mirarnos
a través de él y hablar por teléfono.
La nena apoya la hoja en el
vidrio para que su papá la vea, él estira su mano para unirla a la de ella,
aunque el frío del cristal corte la respiración. Una parejita se besa
derritiendo el vidrio que separa, y unas lágrimas tajan el pómulo de ese
muchacho que visita a su hermana detenida hace ya 20 días y que mañana –nunca
se sabe- tal vez ya no pueda ver porque le han expulsado.
Escenas de uno y otro día.
Fotografías de las visitas, sentimientos que embargan hasta el llanto,
injusticias que queman y destruyen vidas. El miedo como Ley –de eso se trata-
miedo a quienes lo viven, pero fundamentalmente un mensaje para quienes hoy
visitan porque tienen sus papeles: un lenguaje no escrito les advierte que
“ojito con perderlos, ya sabes lo que te puede pasar”.
Entonces aceptarán rebajas de
sueldo, vulneración de derechos laborales, quizá hasta humillaciones varias…
Porque hay que aportar a la seguridad social para poder renovar la tarjeta de
residencia de trabajo que tenemos, si la perdemos eso que sufrimos cada día nos
puede esperar. Sutilezas de un sistema creado para generar mano de obra barata
y sumisa.
Mientras la carpa provisoria
sigue allí, eternizada, al igual que el maltrato a quienes visitamos, la
impunidad de quien lo hace, y la injusticia de un modelo económico que prima
sobre los Derechos Humanos. Algún día todo esto, quizá, deje de ser eterno,
mientras tanto la lucha continúa.
*Las situaciones narradas (y
muchas más de igual o mayor gravedad) fueron presenciadas por quien suscribe la
nota a lo largo de innumerable cantidad de visitas.
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