Me decía un amigo hace poco, que uno de los problemas que tenía la sociedad española es que no había conciencia de triunfo… se perdió la Guerra Civil, el dictador reinó cuanto quiso hasta morir en su cama y la izquierda, sus representantes, acordaron ocultar la memoria de las víctimas bajo la alfombra, en eso que llamaron la transición. “Los pueblos que alguna vez han ganado, tienen eso en el inconsciente y luchan porque sienten que pueden volver a hacerlo, que pueden volver a ganar”, analizaba desde su/nuestra mirada desilusionada.
Sol nos ha traído esa victoria que tanto necesitábamos como sociedad, porque en lo individual y en lo colectivo ha aparecido ante nosotros como la mejor experiencia que podíamos vivir. Desafiante, rebelde, feliz, ambiciosa, movilizadora. Lo necesariamente utópica para obligarnos a caminar (Galeano dixit) y lo imprescindiblemente real para vencer miedos y cansancios, e imponernos el sentarnos a debatir.
Sol nos ha dado calor de abrazo desde el primer día, nos ha permitido reencontrarnos con ese nosotros inclusivo que tienen los sueños colectivos. Ha derretido las pantallas de la televisión pese a su resistencia inicial y su oposición continua. Ha fundido los cables de las redes informáticas, un “Mundo Matrix” que nos atravesó acaso sin darnos cuenta para instalarse en nuestros pensamientos, en nuestra mesa de trabajo y de comida, en nuestra relación con amigxs y familias.
Seguro habrá algun/a especialista que pueda medirlo mejor, pero desde hace dos semanas el biorritmo de nuestros días, el sentir vital de nuestro cuerpo y alma, amanece, se acuesta, piensa y sueña al amparo de los rayos de la Puerta del Sol. Dicen que cuando nos cambian la hora nos cuesta acostumbrarnos…¡qué dirán ahora que no hay más hora que la de las asambleas, quedadas, convocatorias, reuniones, acampadas y tertulias! La Puerta del Sol está en el centro de Madrid, pero también en la plaza de nuestro barrio, en la panadería, en el mercado, en el comedor de nuestra casa, y juguetea por las noches con nuestras ilusiones porque hoy SOL ES TODO LO QUE QUEREMOS.
Del espacio físico al sentir común.
¿Quién dijo que me fui, si siempre estoy volviendo? (Aníbal Troilo)
Qué difícil se hace en la heterogeneidad de latidos de esta puerta convulsa, decidir ¿cuándo irse? (si es posible), ¿de qué forma?, ¿con qué planteos?, ¿con qué bases? Dejar la Puerta del Sol, levantar el campamento, ¿significa que perdemos la batalla? ¿Hasta dónde su simbolismo puede atarnos a un espacio físico?
Creo en la importancia de los símbolos, y Sol lo es, como la plaza Taharir en Egipto (salvando las distancias del contexto). Porque se ha convertido en el lugar de encuentro de nuestra indignación, porque por primera vez ese espacio que siempre debió ser nuestro -pero desde hace años es de El Corte Inglés-, porque por primera vez –decía- ES NUESTRO.
Pero no es nuestro porque estemos ahí cada día, porque nos eternicemos en el esfuerzo de aguantar, de resistir en una acampada. Lo es, porque nos quedamos cuando querían echarnos, porque sin partidos políticos, sindicatos ni prensa a favor, lo llenamos de 25 mil almas convulsas durante una semana, porque ya nunca podremos pasar por allí sin sentir que es nuestro lugar.
Lo es porque ahora sabemos que podemos ocupar Sol y lo que pretendamos si nos mantenemos unidxs, lo es porque ahora ellos saben (los del poder) que nosotrxs podemos, y eso no es un dato menor, una mera anécdota. Nos creían dominadxs y hemos demostrado que no, nos crían dormidos, y el despertador de nuestras almas ha rugido en el amanecer de esta revuelta. Nos pensaban pasivos, y hemos activado el debate de las ideas, peligrosa arma para quienes acostumbran a reinar, a mandar, a base de insultos y corrupción.
Sin embargo ese sentir de masa no puede hacernos perder la visión del “Fin”. Y Sol, su campamento, no es un fin en sí mismo, sino un medio, la llama que nos encendió, que nos dio fuerza para empezar a creer de nuevo, para dar los primeros pasos, para que en los barrios empezara unirse esa hermosa fuerza organizativa que está ahí, basculante, y que recién con la luz de este Sol parece encontrarse en una concepción más amplia, comunitaria e inclusiva.
Por ello creo que hay que irse, levantar el campamento e irnos con la fuerza de los mismos abrazos que nos unieron en esos primeros días de reencuentros. Hemos regado su jungla de cemento con nuestro jardín de ideas y debates. Hemos dejado para siempre la idea de que juntos pudimos, y podemos aún decir vinimos cuando quisimos y nos vamos cuando queremos. Solo dependerá de nuestra inteligencia, pero mucho más, de una visión política que no debe cegarse en una tienda de acampada, sino en una sola realidad: las Asambleas, eso que buscábamos, ya son un éxito, hemos reivindicado el espacio publico como bien común para nuestras reflexiones…podremos no tener acampadas, pero no dejaremos de tener palabras y construcciones políticas.
No se el cuando (aunque creo que cuanto antes, mejor), pero el irse debe tener una fecha clara. Vinicius de Moraes dice del amor “que no es inmortal puesto que es llama, pero que sea eterno mientras dure”. Sol tampoco será inmortal ni puede ser indefinida, quien así lo piense nos condenará a los palos y desalojos. Pero sí está siendo eterna, porque sentimos que este aprendizaje vino para quedarse, que esto que construimos en escasos 15 días, este 15-M, es todas las vecinas y vecinos, y nadie podrá quitarlo de nuestro sentir.
El 15-M ha paralizado nuestros relojes en una estación de ilusión, pero es un movimiento que necesita andar, reformularse, reconvertirse… es energía movilizadora, es fuerza, y no podremos apostar nuestros esfuerzos en cada barrio, si se nos sigue exigiendo que lo demos todo en la acampada. O uno (Sol) o lo otro (los barrios), y de mi parte tengo claro que el trabajo sigue en ese otro que se impone en el proceso de democratización que hemos iniciado. Pensar a la inversa, nos acercará al riesgo de perpetuar estructuras verticales.
No debe dar miedo el irnos. Pienso que es más valiente irnos y asumir el arduo trabajo que nos queda en los barrios, que el perpetuarnos a la sombra de una tienda de campaña a esperar que vengan los palos. Los palos duelen, claro, pero nada duele más que la frustración de sentir que estuvimos cerca, y no fuimos inteligentes a la hora de buscar caminos.
Y no puede ser excusa, como vengo escuchando en los acalorados pasillos de la acampada, que “Sol no se va hasta que los barrios no se organicen”. ¿Por qué otorgar a Sol la capacidad de auto organización y negársela a los barrios? ¿Acaso ese paternalismo no nos acerca más a un criterio que cuestionamos que lo que estamos intentando elaborar?
En los barrios hay una tradición organizativa, de movimiento, mucho más antigua, estable y trabajada que en la propia sol, pero desunida –en algunos casos- hasta ahora. Sol ha sido la llama que ha encendido aquella pólvora regada por los barrios y movimientos. Sol no nace de la nada, sino que ha logrado encauzar nuestra bronca, nuestra indignación, pero sobre todas las cosas ha encauzado mucho de lo bueno que se venía haciendo.
Por ello –pienso- no podemos temer a que la no existencia de Sol eche por tierra el resto. Si no hay una continuidad de aquí en más, no será por la existencia o no de Sol, ahora el mando debe estar en los barrios, la fuerza debe ir de abajo hacia arriba, procurar que baje de Sol a los barrios creo es equivocado.
Eso sí, nadie podrá decirnos ya que hemos perdido o fracasado. HEMOS GANADO, aún cuando de querer perpetuar la acampada terminemos siendo echados a palazos. A lo sumo y según el devenir de los días deberemos analizar aciertos y errores individuales y colectivos. Pero hemos ganado. Creo, sería lindo irnos festejando el triunfo, y no replegándonos por las porras en alto. Decía el poeta asturiano Angel González que “es valiente vivir con miedo”, y de perpetuarnos, tengo miedo de lo que venga.
Ceguera
Estoy ciego de bronca, son las 3:40 de esta noche de domingo y pese al sueño y al cansancio quiero sentarme a escribir lo que estoy sintiendo, porque no comprendo la ceguera de muchos, porque no me banco que me hablen de democracia real y se cuelguen el cartelito de “aunque se vayan todos, yo me quedo” (¡me cago en tu puta democracia!), porque estoy harto de los finales tristes para nuestras luchas.
Se que mañana el prisma será otro, porque alejado del árbol, el bosque de estos 15 días no tiene más que cosas ilusionantes, realidades tangibles que nos han llenado de vida. Sueños, ilusiones compartidas y echas realidad en debates, asambleas y calle, mucha calle.
Pero ahora, en este momento, me vienen a la mente esos que agarran el micrófono para alentar a la masa, pero en una sola frase dejan entrever que no tienen ni idea de lo que hablan. “Hay que quedarse en el campamento, resistir, y seguir como hasta ahora, con una asamblea cada 15 días”. ¡Infame!, que las Asambleas vienen siendo diarias y, si te apetece que el campamento sea indefinido, quédate tú y pon tus huesos en remojo, que te hará falta.
Estoy cansado de valentías absurdas, de quienes entienden las luchas solo como una forma de terminar chocando una y otra vez contra el muro de la represión. ¿Piensan esxs en las personas que por no ser europeas pueden sufrir consecuencias mayores que una porra o una multa? ¿Piensan que una acción violenta o la mera perpetuidad de la acampada puede jugarnos en contra cada vez más? ¿Piensan?
Creo en las Asambleas en Sol y en los barrios, en ese trabajo hermoso, en esas personas que dejan calcinar su culo sobre la piedra ardiendo porque el debate lo justifica, en esas que no reprochan si llevan un día o diez en el lugar, solo lo hacen por convicción.
Creo en esas moderadoras y moderadores que se cargan la responsabilidad de ordenarnos y serenarnos a miles de personas y lo hacen con el corazón en la mano, y las flacas y pibes que asumen las tareas de respeto cuando se les falta continuamente, y a lxs del turno de palabra en momentos en los que todxs nos creemos con el derecho y la seguridad suficiente de imponer nuestra postura personal.
Bendito Mayo el que se nos va, aunque el final no pueda ser el que quería/queríamos muchxs. Siento que el consenso en este caso nos ha jugado en contra, porque de no haberlo no se cambia lo establecido, y es difícil consensuar cuando la ceguera convierte en amos a algunxs y a rehenes al resto. Quizá, de aprendizaje, deberíamos establecer que consenso no es unanimidad, aunque quien soy yo para decir dónde está la barrera que establezca consenso y no.
Me siento mal, en una contradicción entre lo mucho bueno y lo poco malo, pero a su vez siento que ese poco malo puede empañarnos una historia que podría ser “redonda”. Odio los finales felices en las películas, pero necesito uno para esta, NUESTRA HISTORIA.
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