Al fin el día ha llegado y
En el medio han tenido que pasar casi 3 décadas de inoperancia política, de leyes absolutorias e indultos, de politiquerío barato, de personas y personajes que fueron cambiando sus posturas como panqueques y de acuerdo a lo que le conviniera para conservar su carguito político de ocasión.
Ahora, seguro, serán los primeros en hablar de Derechos Humanos y hasta querrán atribuir para su línea política el rol de víctimas fundamentales de la represión que asoló el país entre 1975 y 1983, sí, porque aquello –aunque se siga negando- comenzó antes del Golpe, cuando un tal Italo Luder y un tal Carlos Ruckauf firmaron una orden de la por entonces presidenta, Isabel Martínez de Perón, en la que autorizaban al ejército al “aniquilamiento de la subversión”.
Tal vez algún día aprendan y comprendan, que los Derechos Humanos no tienen más dueños que el pueblo, más víctimas que la propia población, más allá de banderías. Que su defensa se practica aún cuando no conviene, poniendo en riesgo posiciones y acomodamientos personales. Los DDHH se defienden siempre, a cada paso.
Mientras tanto el juicio que el 2 de agosto comienza en
Diez represores serán sentados por primera vez en el banquillo de los acusados. Uno sigue prófugo y se sospecha que ha sido de los que participaron en las sublevaciones contra el Gobierno de Evo Morales en Bolivia, en la llamada “media luna”. Y dos han fallecido.
Conocí a uno de estos últimos, Roberto Escalante, el “negro” como cariñosamente lo apodábamos. Compartí juego con su hija, nos llevaba al colegio previo irse a torturar, pero nadie lo sabía, ¡como imaginar que aquellas manos estaban bañadas en sangre!
Ojalá el juicio nos de respuestas, nos abra luz sobre cómo esas personas pudieron llevar una doble vida tan contradictoria, la de padre y vecino ejemplar, la de torturador, asesino, represor.
El negro ha muerto hace años, lástima. Pese a los limitados recuerdos de aquello días donde escondía su alma de verdugo bajo al traje de padre de familia trabajadora, me hubiera gustado verlo en el banquillo, y quizá tener la posibilidad de preguntarle ¿por qué? De maldecir que me haya tocado alguna vez, de demostrarle que él y sus ideas perdieron, que el camino de silencio y olvido ha sido largo, pero los hemos derrotado. De gritarle Memoria, Justicia y Verdad.
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