No recuerdo su nombre, tampoco el de su mamá, pero jamás podré olvidar sus ojos de dolor y sus gritos de libertad. Caminaba en medio de un mundo de grandes quizá sin entender nada, o al menos sólo sabiendo que por algo que a su edad no se puede comprender, alguien o algo, no dejaba que viera a su papá.
Sus ojitos llenos de lágrimas que cortaban en jirones de dolor su piel de niña, aferrada a una pancarta y arropada por las manos temblorosas de su mamá, solo atinaba a balbucear una y otra vez, “quiero ver a mi papá”, y a veces, de a ratos, se sumaba a un grito de libertad que salía de las entrañas de los que gritaban a uno y otro lado de los muros de la cárcel de inmigrantes de Aluche, en Madrid.
¿Cómo explicarle a ella que su papá era honesto, y que a pesar de jamás haber echo nada malo lo tenían preso? ¿Cómo decirle que cuando iba a visitarlo le prohibían regalarle un beso y un abrazo porque según la policía, a pesar de sus escasos añitos de vida, podía pasarle droga o algún arma? Seguro no entendería que el único “delito” de su papá fue cruzar fronteras para buscar un mejor futuro para ella y sus hermanitos.
Fue el 20 de junio de 2009 cuando esta pequeña retratada por Juan Medina estremeció a cada persona que la vio llorar en la manifestación que la Red de Apoyo del Ferrocarril Clandestino organizó frente al Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE). Sobre su pecho estremecía la camisetita con el lema de “Mi papá es 2286”. Sí, por esas cosas de la política represiva europea su papá era un número, uno más para engrosar los legajos policiales.
Me pregunto, al ver esta foto, qué pensará el juez que mandó a su papi tras las rejas y ordenó su expulsión. Qué sentirá el policía que durante 40 días prohibió una y otra vez que besara a su papá. Si al llegar a casa podrán abrazar a sus hijos, si podrán mirarlos a los ojos. Si seguirán sintiéndose personas. Si podrán besar, si amarán, si sentirán algo que no sea odio.
La mirada de esta niña sigue juzgándonos como sociedad, y no tenemos más respuesta que la complicidad del silencio que hemos decidido asumir ante la barbarie de estas cárceles para inmigrantes. Los que estuvimos jamás olvidaremos esos ojos rebasados de tristeza, ojalá ella sí pueda olvidar el dolor intenso de su pena y perdonar nuestra pasividad.
Estos días la Parroquia San Carlos Borromeo (Entrevías, Madrid), celebra las jornadas “África entre nosotros”, con charlas, conferencias y la exposición de fotografía “El Muro del Atlántico”, de Juan Medina, premio World Press Photo 2005, entre otros galardones. El trabajo de este fotoperiodista habla por sí solo. Horario de la exposición: Todos los días de 10:00 a 13:00 y de 18:00 a 21:00, excepto domingos por la tarde. Hasta el nueve de junio.(periodismohumano.com)
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