sábado, 17 de abril de 2010

Feliz Domingo...


Siempre he recordado con precisión el 3 de junio de 1990, cuando participamos de aquel programa símbolo de esos tiempos, Feliz Domingo para la Juventud, quizá de las primeras experiencias en que un grupo de nuestro pequeño Trenel, aparecía bajo los focos de la TV Argentina.

Sin embargo, intentando sortear las distancias físicas, memoriales y de años (¡horror que viej@s estamos!), me ha sido imposible fijar prioridades para armar este relato, así que no me ha quedado más opción que intentar una cronología básica de aquellos días. Será, pienso, producto de que cada recuerdo es importante, de que toda aquella experiencia fue movilizadora y hermosa, que la disfrutamos como chicos y la afrontamos como grandes. Trenel en la gran pantalla y caminando por las callecitas de Buenos Aires que tienen ese no se qué… de eso se trató. Allá vamos…

Envalentonados por aquella participación que un año antes habíamos tenido en el Feliz Domingo regional armado por el Club Sportivo Independiente de Pico, no faltó demasiada reflexión para decidirnos a inscribirnos en el célebre programa de Canal 9 que encabezaba el conductor Silvio Soldán.

Confirmada la fecha de participación el alboroto que se montó fue grande y hubo que ponerse a trabajar con tiempo, porque los obstáculos eran muchos. Época de hiperinflación, nada apropiada para desafíos económicos grandes, hoy me resulta increíble pensar en cómo con nuestras edades fuimos capaces de emprender el desafío e ir derribando distancias hasta llegar al objetivo.

Lo primero entonces, era conseguir dinero, ayudas económicas, y lo segundo, cumplir con una reunión obligatoria previa a la participación, en el mismo canal 9. Así, repitiendo delegados (Tombo y yo), planeamos un viaje a Buenos Aires en busca de cubrir ambos objetivos. Nos subimos al camión de la firma Antón (si no recuerdo mal, conducido por Felipe Maya) y ya en la mitad del camino nos encontramos con el primer problema, que el camión no iba a Buenos Aires, sino a Ramallo!, es decir que nos seguía dejando bastante lejos de nuestro destino.

Por suerte –a veces tanto o más importante que cualquier otro factor- a mitad de camino nos cruzamos con un camión de Luiggi de un viejo amigo, Inocencio Ullúa, quien accedió sin problemas a llevarnos hasta Buenos Aires… ¿único detalle?, que nos dejó a las 11 de la noche en plena Rotonda de San Justo, en el Gran Buenos Aires,…¡pagaría por ver nuestras caras de susto, perdidos en la oscuridad de aquellos lugares y el dinero que llevábamos repartido en las medias, por si alguien venía a robarnos!

Faltaban dos días para la reunión, así que nos dedicamos a conocer algunos lugares. Con 17 años creo que aquello fue un despertar a mis ojos, el ver las luces de la ciudad, aquel mundanal de ruido y gente que caminaban sin mirar a un lado, ese ritmo que recuerdo superaba mis pasos lentos de pueblo adormecido. Y el Tombo que me decía “negro, apurate que te pasan por arriba”…y me pasaban por arriba.

Y un especial recuerdo –y perdón por salirme del guión- para el extenso viaje que hicimos tomando un colectivo desde Ciudadela a Belgrano, donde quedaba el Canal. En el camino –decía- ver de paso el Monumental de Nuñez, la cancha de River Plate, un sueño cumplido apenitas desde un colectivo ruidoso, así que quedaría postergada su realización hasta fin de año, cuando ya fuera de nuevo para inscribirme en la universidad.

Pero sigamos. En la reunión nos enteramos de los juegos que nos tocaban, había 6 pruebas claves que se grababan por la mañana, y si ya se ganaba una de ellas no era necesario participar de los otros 9 juegos u oportunidades que había para llegar a la gran final, que consistía en agarrar la llave que abriera lo que se conocía como “el cofre de la felicidad”, lo que daba derecho a viajar a Bariloche a todo el grupo.

Con el trámite de la reunión cumplido, lo siguiente paso fue visitar a los diputados y senadores pampeanos, en aquella ocasión recibimos el apoyo de Rubén Marín y de Ricardo Felgueras. En el momento disfruté y agradecí aquella colaboración de pagarnos a los choferes y la gasolina (la municipalidad alquilaba el autobús), en la distancia de los años y viendo las realidades de nuestro país me pregunto cuántos fondos públicos se dilapidan en estas cosas, que no son más que experiencias vitales de un grupo de adolescentes puntual, pero a nada contribuyen en procurar cambiar las realidades acuciantes del día a día.

Ya en el pueblo el apoyo fue completo. Miguel Garduño nos donó el pan para los sándwich, los padres de Ariel el fiambre y verduras para hacerlos… todo el pueblo se volcó para que hiciéramos aquel viaje sin problemas, hubo una auténtica movilización, y de medirse el encendido aquel domingo, seguro que el cien por ciento de la pantalla trenelense estuvo clavada en el Canal 9 durante toda la jornada.

El viaje fue uno más, normal, quizá destacar la caja de “pañuelitos” que había elaborado Carina (seguro ayudada por su mamá Negra Garduño), y por supuesto chorizos y demás artes culinarias del campo que l@s compañer@s acercaron. Y agradecidos los fanáticos que no disponíamos de más tierras que la de nuestros zapatos, pero sí amábamos catar esas delicias.

Cómo será que años después, en un asado del grupo, con “el Richard” nos acercamos a la casa de Guille y le dijimos a su mamá “doña, Guille nos mandó a buscar unos chorizos, dice que se los olvidó”, lo que obviamente eran mentiras, pero tamaña finalidad gastronómica, siempre justificaba los medios. Cuando volvimos al asado Guille preguntó de quién eran esos chorizos y no podía creer que eran los de su casa.

Una vez llegados a Canal 9 la producción dijo que éramos muchos, nos excedíamos en un integrante, y merced a la actitud dialogante de “Pato” Beraldi, accedieron a dejarnos pasar a tod@s, ya que además, el “Yo Sé” lo hacíamos casi tod@s.

La primer decepción fue al ir a grabar a los sótanos del Canal, sucios, oscuros, aquellos que luego en pantalla se veía tan hermoso, se caía a pedazos, las tribunas eran auténticos gallineros con lo chicos y chicas apiñadas para poder tener los 5 minutos de fama en TV. Ganamos la prueba, habíamos elegido representar una obra sensiblona, un golpe bajo para el chovinismo argentino, 5 fantasmas de negro acosaban a nuestra Argentina, blanca y pura, y los trabajadores y trabajadoras acudíamos a salvarla. Me tocó ir disfrazado de policía ¡horror!... pero la verdad es que el traje de oficial de Manolo López me quedaba bien eh jajajaj

Nos quedamos solo a la presentación y luego nos fuimos a conocer la ciudad, daba risa vernos a tod@s asustados en la linea de subte que va de Plaza de Mayo a Plaza Miserere, en esos vagones que parece se desarman y esas puertas que al cerrar hacen un ruido que a pueblerinos como nosotros nos mantenían alertas. ¡Siempre una parada antes de bajar nos apiñábamos en las puertas, no fuera cosa de pasarnos de largo!

En Plaza de Mayo justo fue que se produjo un pequeño inconveniente, de un momento a otro Fabiana y yo nos desaparecimos casi por una hora, charlando nos metimos en el museo de la Casa Rosada y el grupo buscándonos desesperadamente. A 20 años de aquel momento debo decir que no hubo romance (como las malas lenguas sugirieron), y ni tan siquiera se descubría en mí un incipiente amante de los museos. Apenas un despiste más en nuestras vidas, nada que no suceda casi a diario.

Pasado el sofocón y amainado el enojo de algunos compañer@s (¡no quisiera padecer de nuevo la mirada inquisidora de Ricardo!) llegó el turno de la comida, y creo que ninguno olvidó jamás la panzada de pizza que nos dimos en un local cercano al Obelisco, conocido como “Pizzerías Rey”, y la especialidad de la casa “La Super Rey”, que estaba rematada con huevos fritos arriba…delicias que inundan de sabor los recuerdos de aquella jornada.

Luego volvimos al programa, causaba impresión la cara anaranjada de Soldán, tenía un “revoque” de maquillaje que asustaba. Tanto como conocer al afamado escribano “Prato Murphy” (el único que nos votó en contra en la prueba que ganamos) o al profe Candial. Las chicas seguro recuerden más a Jorge Formento con la gravedad de su voz, todo un carilindo en aquellos años.

Cada domingo en esas tardes felices actuaba un grupo o cantante reconocido, y esa vez fue el turno de la presentación oficial en Argentina del grupo español “Locomía”, aquel de los abanicos grandes y ropajes brillosos. La verdad es que ahora que vivo en España, esto es algo que no puedo contar, porque se me mueren de risa… ¡Cómo pueden vendernos con tanta facilidad y como música productos que son marketing puro, pero de artístico tienen lo que yo de pocas palabras!

Al final fue el turno de la llave, el camino al cofre de la felicidad, y nuestro “Tombo” fue el encargado de tentar a la suerte. Creo –si la memoria no me traiciona- que teníamos la llave 5, y allí fue nuestro delegado, la agarró, la besó (lo circense siempre le había gustado a Tombito) y se quedó (nos quedamos) con las ganas. Al menos sirvió para venir todo el viaje de regreso machacándolo con acusaciones: “que ya cuando la agarraste sabíamos que no era la correcta”, “que mandamos al más ciego”, “que el más boludo siempre hace lo mismo”. Pobre Tombo, creo que hasta se puso malo de todo lo que le dijimos.

A la vuelta éramos como las estrellas, todo el pueblo había mirado el programa, y nosotros chicos y chicas de pueblo, volvíamos desvelados por cosas de la ciudad y orgullosos de lo que habíamos logrado como grupo, compartir una experiencia más, de esas que nunca olvidaremos.

Luego hubo otro viaje, a buscar los premios consuelo: una botella de jugo de 2 litros, un top, unas zapatillas Nº 30 y otras 45, unas tapas para empanadas en mal estado, etc. Seguía la decepción con el Canal y las luces de la TV, pero nadie nos quitaba lo bailado.

*** Texto realizado para los actos del 50 Aniversario del Instituto Privado 25 de Mayo de Trenel, La Pampa, Argentina.

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