Recuerdos de barrio

Arriba: de izquierda a derecha: 1-Yo, 3 Carlitos Campo, 4 Pablo Ghigoneto (con maracas); 5 Susana Campos; 7 Miguel Ullúa, 8 Gabriela Aguilar, 9 Laura Pinazzi, 10 Mariela Sánchez. Abajo: 1 Hugo Ullúa, 2 Andrea Aguilar, 4 Negrito Ballari (enojadísimo!), 5 Claudio Pregliatto. Comparsa Samba Show, carnavales año 1979.

No se por qué, pero hoy estaba acompañado del mate, recién levantado y me empezaron a venir a la cabeza los nombres de esos amigos y amigas de la infancia, imágenes de un pasado lejano cargado de hermoso recuerdos, de caras de niños, se sueños de pibas y pibes corriendo en calles de tierra, jugando, gritando. Y encontré en este escrito, una buena excusa para recordarlos…

Como ya he dicho en algún artículo de este blog, soy de un pueblo pequeño de La Pampa argentina, de calles anchas y casas bajas. Y siempre viví en lo que se conoce como el barrio EPAM, una barriada de dos manzanas, de casas de cemento con amplios patios y jardines en la parte delantera de las casas.

EPAM significa “Esfuerzo Propio, Ayuda Mutua”, y simboliza lo que fue la construcción del mismo, en los años ’70. El Gobierno ponía las tierras, los materiales y personas especializadas que sirvieran de guía a las futuras familias habitantes, quienes orientadas por esas manos profesionales iban dando vida al sueño de su casa propia. Luego, una vez instalados, pagaban en cómodas cuotas el precio de los materiales y los terrenos.

Aún recuerdo un par de fotos descoloridas de antaño. Nosotros, pequeñejos de bermudas o pantalones largos y camisetitas ajustadas y a rallas (¡¡¡horror!!!), al lado de nuestros mayores. Veo a María del Carmen con la azada en la mano haciendo el cemento, Huguito apenas alzándose del piso, Laura junto a la montaña de ladrillos.

En mi caso, la casa que aún habita mi abuela y que a ella pertenece, daba a una esquina, en la “calle del medio”, la que cortaba el barrio en dos, y enfrente, en épocas de calle de tierra teníamos todo un descampado, más conocido como el “campito”, cuna de los sueños futboleros forjados en arcos de palos cortados y atados con hilo, pozos, matas de pasto y rosetas (espinas). ¡Cuantas horas hasta el atardecer corriendo tras la vieja pelota Nº 5 de gagos alargados!.

Un poco más allá, dos higueras y dos enormes plantas de eucaliptos que en algunos días de sol eran refugio y lugar de juegos y remanso para el caballo de algún vecino cercano. Salvo cuando un circo o parque de diversiones llegaba al pueblo y se instalaba sobre nuestra cancha, sobre esa tierra sin dueño, ese espacio cooperativo que todos nos encargábamos de limpiar si era necesario.

El patio de nuestra casa, como dije, era –y es- amplio, con una tapia de dos metros de altura separando unas viviendas de otras. Y nosotros, a los gritos de un lado al otro de los muros para saber si esos amigos o amigas estaban o querían salir a vivir la calle. ¿Juegos preferidos? La escondida, la mancha, el hoyo pelota, los pistoleros…cosas de barrio, de fuerte identificación con el lugar.

Me pregunto, entonces, que será de la vida de Carlitos Campo (Calcalini, su apellido) y de su hermana, Susana… la casa de ellos daba a atrás de la mía, y aunque un poco más grandes que yo, gratísimas compañías de aquellos años. O de Víctor Hugo Gino, que lo último que supe, hará cosa de 15 años, es que estaba viviendo cerca, en otro pueblo de la zona. O de Raúl y Raquel Graf. Todos ellos vivían en la parte de atrás de casa.

En la calle del medio estaba Don Boneto y su esposa Josefa, experta curandera a la hora de ver si quien suscribe estaba “empachado”, con “ojeadora” o mal de ojos, insolación o con nervios “recalcados o anudados”. Sana competencia entre Josefa y Doña María, la vecina de enfrente, que también prestaba sus servicios gratuitos de curandera, y con quien vivía Liliana, otra gran amiga de la infancia.

Siguiendo el orden de mi casa, vivían Miguel y Huguito Ullúa, y le digo así, “Huguito”, porque en el recuerdo queda la imagen de haber sido el más pequeño del grupo, el “enano”, como a veces le llamábamos. Miguelo era un año más grande que yo, y manejaba bien la pelota, gran compañero de juegos también.

Frente a ellos Nito y María Laura Pinazzi (la flaca), la pionera del barrio en esto de emigrar, ya que años antes a que yo lo hiciera desplegó sus alas hacia México, Estados Unidos, Italia y finalmente recaló en España, en las Islas Canarias, desde donde hace años decidió pegar la vuelta a nuestro país.

Pegado a su casa, Omar, Alicia y Claudio Pregliatto, siendo este último –por edad- uno de los compañeros de andanzas. Un año menor que yo y fanático de Boca era de los que ante cada derrota no salía de la casa, como yo con mi River del alma, para no sufrir las cargadas (vaciladas) de los rivales.

Mas allá la casa de Pablo Ghighonetto, vecino y compañero de escuela primaria y secundaria, hoy consagrado a la geología (¡dónde se habrá enterado que existía esa carrera, porque cuando dijo que iba a estudiar eso ninguno de los amigos dábamos crédito al exotismo de su elección!). Frente a su casa, “Malena” Carrizo (quien me conoció apenas nací porque su madre compartía habitación con la mía cuando me dio a luz, y muchos años después –casualidades de la vida- el barrio nos unió), con sus hijos mundialistas (todos nacidos en años de mundial de fúbol): Diego -el Patito-, Matías, y mucho más pequeño, “Guille”.

Después venían Andrea y Gabriela Aguilar, y más allá Sergio Durán, hasta llegar a la otra esquina, donde vivía otra gran persona, Julito Sánchez, y de su hermano “Peporra”, y sus hermanas Mariela y Stella, hijos del gran “Cacho” Sánche, esos personajes queribles y entrañables, trabajadores, gran tipo Cachito. En la calle del medio también formaban parte de la pandilla “los Villoria” (Gustavo, David, Víctor y Saúl), los hermanos Fabián y “Acho” Ballari, y el “Nene” y “Charo” Torrejón. Edades heterogéneas y vivencias compartidas. Cumpleaños, bailes, fiestas, libros… toda una historia de barrio.

Del otro lado, ya dando la vuelta estaba Ariel y “Dani” Reinoso, dos hermanos de oro, aunque a este último la vida nos lo arrancó de nuestros sueños entrando a la adolescencia. Para el otro lado, el “Pala” Durán, Celina y “Negrito” Ballari, y aunque más pequeño Facundo Martín.

¿A cuántos de ellos quizá jamás vuelva a ver? Hoy me preguntaba, precisamente, si guardarán en sus recuerdos las anécdotas que una y otra vez me vienen a la cabeza, aquellos años de enmarcar, de espíritu de barrio, de olores de tierra mojada y rodillas peladas en el campito. De peleas y gritos, de mates en la vereda, puertas y ventanas abiertas de par en par, de entrar a las casas vecinas sin golpear, porque en el pueblo las casas siempre deben estar abiertas, sin llaves, para la llegada de la mano amiga.

Recuerdos de barrio, apenas eso… Y todo eso