La premisa era simple…ojos cerrados y tapados por un antifaz de esos para dormir, y a caminar por la calle Huertas de Madrid, durante media hora. Solo podía auxiliarnos alguien, un “guía” disimulado entre la gente y previamente asignado, cuando venía un auto o algún peligro. ¿Cuál es el sentido político de la acción? me decían en los días previos, y solo atinaba a decir…”quiero vivir la experiencia”. Y la viví.
Previo a ponerme el antifaz, observé la calle, los “obstáculos” mundanos a los que jamás hacemos caso en el reino de los videntes: bicicletas y motos aparcadas en medio de las aceras, carteles publicitarios, chiringuito improvisados por los artesanos, bolardos para evitar el aparcamiento de automóviles, etc. Apunté mi andar calle abajo, me puse el antifaz y comencé a caminar.
¿Cómo explicar que a los pocos minutos ya estaba dándome de bruces contra una pared? ¡Pero se iba recto por la calle! ¿Dónde estoy ahora?... apenas esos instantes sirvieron para sentirme perdido en medio de los sonidos de la ciudad. La tensión y los miedos se apoderaron de mi mente, quise agudizar el oído, guiarme por los ruidos, las palabras al pasar, el roce de los caminantes…y otra vez chocaba, en esta oportunidad, contra un árbol.
Mi mundo sensorial estaba en juego, esa vieja aliada llamada visión me era negada y todo podía servir para seguir avanzando…las manos hacia delante, como queriendo atrapar en el aire un bastón donde apoyar mi marcha, el miedo a que alguien quiera robarte aprovechándose de tu limitación, el temor a lastimarme, a caer.
A lo lejos parecía acercarse una bicicleta… ¿ya habrá pasado? ¿Vendrá para mi lado, se habrá ido hacia el otro? De pronto la voz de una mujer que grita ¡cuidado la moto! Y termino dando con mis rodillas contra, efectivamente, una moto aparcada en la misma vereda. La toco de arriba abajo (¿para qué tanto toqueteo? me preguntaré después de terminar la experiencia) y me invade el miedo de tirarla al piso, pero escapo al obstáculo.
Escucho voces, algunas se transforman en carcajadas y otras en burlas, la mayoría en preguntas… ¿quiénes serán esas 23 personas que caminan con sus ojos vendados?. El clic de una foto estalla cerca, suspiro, tomo aire, y camino cada vez más lentamente, casi agradeciendo que mi transcurrir cotidiano sea disfrutando del mundo de los videntes, que no el dificultoso camino que le hacemos a quienes han perdido la visión.
Recuerdo partes de la película “A ciegas”, la versión cinematográfica de esa hermosa obra de José Saramago, “Ensayo sobre la Ceguera”. Quiero traer a mi memoria estrategias que tenían sus protagonistas para andar en un mundo de ciegos, pero no me queda más que apostar a un oído que confunde una y otra vez la dirección de las voces y ruidos que rodean y abruman.
Pasa la media hora de caminar vendado. Me doy cuenta que apenas he recorrido unos metros…”ibas de una pared a otra, casi no he tenido que moverme” me cuenta mi guía, la sensación exacta de haber estado en un laberinto de obstáculos me acompaña.
Fue solo un ensayo que me ayuda a comprender cuántas de nuestras pequeñas cosas pueden complicarle el camino a los demás. Una buena experiencia, una gran lección.
yo hice lo mismo pero llevábamos un guía. Los guías eligen a los ciegos, sin que sepamos quien nos conduce. durante 10 minutos los lazarillos conducen ciegos, después de los cual hay un cambio de papeles e incluso con guía descubrí aterrorizada lo cerca que estaban los autos, los sonidos no los distinguía del todo y hasta que ves que no te queda otra que confiar, pasa bastante tiempito. Es una gran experiencia este ensayo sobre la ceguera y sobre la confianza y compañerismo. te beso
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