La confirmación de la ciudad de Río de Janeiro como organizadora de los Juegos Olímpicos de 2016 cayó como una bomba entre las autoridades españolas y, especialmente, las madrileñas. Una nueva frustración olímpica, la segunda consecutiva, y parece ya que se empeñan a ir por la tercera, a ver si se cumple aquello de que la tercera será la vencida (aunque no hay que olvidar nunca que no hay dos sin tres!).
A veces la soberbia tiene esas cosas de dejar a las personas desnudas cuando creen tener todo en sus manos, y algo de eso le ha pasado a la candidatura de Madrid. Autoproclamada como la gran favorita, con las mejores infraestructuras y el apoyo mayoritario de su gente, creyó tener el oso antes de cazarlo, y hablando de caza… le salió el tiro por la culata.
“Río es la peor de las candidaturas” se escuchó decir a un delegado español en los días previos a la decisión final, una bravuconería que no hacía más que plasmar lo que todos pensaban. El único temor era a la impronta de Obama y su apoyo a la ciudad de Chicago, nadie contaba seriamente con el discurso de Lula, a la postre un auténtico torrente de convicción, sentimiento y persuasión que dejó reducido a simple palabrerío lo dicho por el presidente español José Luis Rodríguez Zapatero y el propio rey Juan Carlos de Borbón.
En su ceguera quisieron saltarse el análisis más básico que cualquier ciudadano de a pie hacía: desde hace varias décadas los juegos no recaen nunca en dos ciudades del mismo continente en forma consecutiva y, lo que es peor aún, resultaba imposible que pasadas solo 4 olimpíadas desde Barcelona 1992, España tuviera el honor de albergar una nueva edición.
Ahora solo le queda a Madrid una deuda pública de casi 7 mil millones de euros, intereses de 900 mil euros, instalaciones tan buenas como obsoletas (mientras en los parques para jugar un partido de fútbol hay que pagar no menos de 35€) y la sensación de que este agujero económico lo pagaremos entre cada contribuyente. Y eso sí que no es un juego.
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