El presidente de Venezuela, Hugo Chávez apretuja las manos del canciller español Miguel Angel Moratinos. Las cámaras captan esas risas estereotipadas, de cartel de campaña electoral, y las manos levantadas saludando el éxito de un nuevo acuerdo.
Detrás de las luces y los micrófonos, sin que nadie los conozca, los accionistas de YPF e Iberdrola se frotan las manos pensando en las ganancias que vendrán a sumarse a las ya millonarias que tienen.
Acá lejos, en España, retenido en el Centro de Internamiento de Aluche (CIE) en Madrid, José Tomás, les imprime una velocidad de vértigo para poder rascarse, atacado por una epidemia de varicela ante la cual ni siquiera se le brindan los cuidados mínimos.
El médico que lo atiende, trabajador de una empresa privada, escribe sin mayor sentido un informe, y en cada letra plasmada con desidia y complicidad va vaciando de sentido aquel juramento hipocrático que hizo con su mano derecha en alto.
En el consulado, una empleada que fue avisada en el teléfono de emergencias sobre la situación del joven, se limita a anotar unos datos y a pedir que quienes avisan constaten si efectivamente el detenido es nacido en el país caribeño. “Si no hay algo que lo acredite, no podemos hacer nada. Tenemos las manos atadas”, explica.
En este mundo de valores invertidos, las manos trabajadoras están entre rejas, mientras otras, las que firman y nos representan siguen siendo simples marionetas de los que dirigen sin grandes ademanes, el gran circo del poder.
Detrás de las luces y los micrófonos, sin que nadie los conozca, los accionistas de YPF e Iberdrola se frotan las manos pensando en las ganancias que vendrán a sumarse a las ya millonarias que tienen.
Acá lejos, en España, retenido en el Centro de Internamiento de Aluche (CIE) en Madrid, José Tomás, les imprime una velocidad de vértigo para poder rascarse, atacado por una epidemia de varicela ante la cual ni siquiera se le brindan los cuidados mínimos.
El médico que lo atiende, trabajador de una empresa privada, escribe sin mayor sentido un informe, y en cada letra plasmada con desidia y complicidad va vaciando de sentido aquel juramento hipocrático que hizo con su mano derecha en alto.
En el consulado, una empleada que fue avisada en el teléfono de emergencias sobre la situación del joven, se limita a anotar unos datos y a pedir que quienes avisan constaten si efectivamente el detenido es nacido en el país caribeño. “Si no hay algo que lo acredite, no podemos hacer nada. Tenemos las manos atadas”, explica.
En este mundo de valores invertidos, las manos trabajadoras están entre rejas, mientras otras, las que firman y nos representan siguen siendo simples marionetas de los que dirigen sin grandes ademanes, el gran circo del poder.
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