
Avanzan los aviones y se preparan miles de soldados en sus tanques blindados. No hay nada que los pare, las bombas surcan el cielo y allá abajo Palestina estalla, se hace añicos ante la pasividad cómplice de un mundo que no puede decir “Yo no sabía”, aunque cobardemente se sumerja en el silencio de los que otorgan licencia para matar con letal impunidad. No hay excusas, todos sabían, todos dejaron que ocurriera una vez más.
Los medios hablan de guerra y mienten. Los Gobiernos hablan de acciones defensivas y también mienten. Los jefes militares cuentan de ataques selectivos y daños colaterales, y su mentira es aún más grande. No hay guerra, sino invasión. No son acciones defensivas sino una masacre fría y detalladamente planificada. No hay ataques selectivos salvo que se quiera tomar la invasión como una selección natural donde el objetivo a eliminar sean el millón y medio de Palestinos que habita aquellos territorios.
No hay bombas precisas como nos quieren contar, a miles de metros de altura no puede decirse que no habrá víctimas civiles, las operaciones militares quirúrgicas no son más que la versión semántica mejor adornada a los tiempos de hipocresía que nos envuelven. Toneladas de explosivos cargados de muerte caen pesadamente sobre edificios, calles y casas
de un pueblo que se desangra en la pobreza más ruin y el olvido más flagrante.
Una niña ha muerto hoy, y otra, y otro… Y el cuerpo de otro pequeño duerme el sueño de los pobres bajo aquellos escombros de la casa donde ayudaba a su Mamá cuando la metralla perforó sus latidos. Vidas inocentes, víctimas de la sinrazón, de la violencia gratuita y arbitraria, del fracaso de nosotros, los seres humanos.
En apenas una semana pueden matarse quinientos seres humanos y a nadie parece importarle frenar la masacre. Las licencias para matar tienen esas cosas, no son selectivas ni tienen más freno que la decisión de parar de quien ordena el genocidio. Puede pasar una semana, un mes o años… Morir cien personas o quizá muchas más, muchísimas más. Al fin y al cabo en este mundo lleno de pobres es demasiada la gente que sobra.
Israel sigue matando en el genocidio más cruel de la historia contemporánea. Lleva más de 60 años de o
cupación ilegal, un goteo de muerte lento y seguro contra un pueblo al que no deja acceder a medicinas ni comida, y a quien el mundo político niega desde la Segunda Guerra Mundial su reconocimiento como pueblo libre.
Luego, en su mentira mayor, los mismos asesinos y sus cómplices nos hablarán de fundamentalismo religioso y terrorismo. Eso se llama Resistencia, la única manera que hemos dejado al pueblo Palestino de demostrar la dignidad de sentirse vivo, a pesar del horror que cae del cielo y campa a las anchas por sus calles de la mano del imperialismo estadounidense y la verborrea inoperante europea.
Los medios hablan de guerra y mienten. Los Gobiernos hablan de acciones defensivas y también mienten. Los jefes militares cuentan de ataques selectivos y daños colaterales, y su mentira es aún más grande. No hay guerra, sino invasión. No son acciones defensivas sino una masacre fría y detalladamente planificada. No hay ataques selectivos salvo que se quiera tomar la invasión como una selección natural donde el objetivo a eliminar sean el millón y medio de Palestinos que habita aquellos territorios.
No hay bombas precisas como nos quieren contar, a miles de metros de altura no puede decirse que no habrá víctimas civiles, las operaciones militares quirúrgicas no son más que la versión semántica mejor adornada a los tiempos de hipocresía que nos envuelven. Toneladas de explosivos cargados de muerte caen pesadamente sobre edificios, calles y casas

Una niña ha muerto hoy, y otra, y otro… Y el cuerpo de otro pequeño duerme el sueño de los pobres bajo aquellos escombros de la casa donde ayudaba a su Mamá cuando la metralla perforó sus latidos. Vidas inocentes, víctimas de la sinrazón, de la violencia gratuita y arbitraria, del fracaso de nosotros, los seres humanos.
En apenas una semana pueden matarse quinientos seres humanos y a nadie parece importarle frenar la masacre. Las licencias para matar tienen esas cosas, no son selectivas ni tienen más freno que la decisión de parar de quien ordena el genocidio. Puede pasar una semana, un mes o años… Morir cien personas o quizá muchas más, muchísimas más. Al fin y al cabo en este mundo lleno de pobres es demasiada la gente que sobra.
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Luego, en su mentira mayor, los mismos asesinos y sus cómplices nos hablarán de fundamentalismo religioso y terrorismo. Eso se llama Resistencia, la única manera que hemos dejado al pueblo Palestino de demostrar la dignidad de sentirse vivo, a pesar del horror que cae del cielo y campa a las anchas por sus calles de la mano del imperialismo estadounidense y la verborrea inoperante europea.
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