miércoles, 6 de agosto de 2008

Encuentros

Don Manuel camina lento, hace seis meses le cortaron una pierna por bajo de la rodilla y ahora bastón en una mano y muleta en la otra intenta amoldarse a su nueva vida de pierna ortopédica.

Le cuesta andar, pero a sus 74 años no se resigna a postrarse en un sillón añorando tiempos mejores. Cada día sube y baja los dos pisos de escaleras que dan a su casa del 2ºB. A veces lo hace hasta el cuarto para descender hasta la calle. A la hora de la siesta el acompasado tac-tac de sus ayudas móviles se transforma en un canto a la vida, una sinfonía de fuerza y voluntad que cada vecino le admira.

Pese al intenso calor decide salir a hacer la compra. Lo necesita, esa sensación de sentirse útil representa mucho más para su alma que los recuerdos de aquellos tiempos de juventud.

Coge la mochila de su nieto a la espalda y va en busca de tomates, lechuga y si no es demasiado peso, alguna fruta. Una bonita morena de acento caribeño lo piropea en la caja de la frutería. “¡Me gusta verlo así, con ganas!, exclama Patricia, y él agradece con una sonrisa que nace de sus resecos labios.

De regreso, ya llegando al portal, la tensión le juega una mala pasada y debe aferrarse a las rejas de la puerta de entrada para no caerse. A unos metros, en la parada de autobuses, Ali, un senegalés que apenas chapucea el castellano lo ve y se acerca corriendo a ayudar. Coge el bastón y sienta a Don Manuel sobre el escalón de entrada, a la sombra.

Se queda junto a él y el autobús se va. Aunque las lenguas no se entiendan, basta una mirada para reconocerse como personas de bien. Pasan los minutos y juntos suben hasta el 2º B. Un apretón de manos sella el encuentro fortuito. “Bendita inmigración” dice Don Manuel, y Ali, que no entendió esas palabras, se lleva feliz el saludo afectuoso que ha recibido.
Dos mundos, dos lenguas… un encuentro.

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