8:15 Sentada en el avión que la llevará a reencontrarse con su familia cinco años después de haber venido a España, María ya no es aquella adolescente que llegó con su maleta cargada de sueños. Mientras hurga en recuerdos de tanta ausencia, el paso prepotente de dos policías la sacude. Traen a la rastra, atado y amordazado, a un joven que está siendo deportado tras pasar 40 días detenidos en el Centro de Internamiento de Extranjeros de Aluche, en Madrid.
Ella no quiere mirar, su hermano corrió la misma suerte y esa situación le revuelve el estómago, mucho más la ira por la ceguera autista de un pasaje que rara vez se anima a ver
y conocer la realidad de ese muchacho cuyo pecado ha sido no tener papeles.
Entonces su vista se pierde en unos pasajeros que a lo lejos descienden de otro avión. Entre los que arriban está Nicolás, que pasaporte italiano en mano llega en “devolución de atenciones”, como gusta decir recordando el viaje que en sentido contrario alguna vez hizo su bisabuelo.
También baja Pedro, joven pediatra del noroeste argentino que viene a especializarse unos meses para volver a atender a esos “changos” humildes de su tierra que tanto le necesitan. No sabe él que sin la carta de invitación tendrá difícil pasar el control migratorio. 8:15 marca el reloj cuando un oficial de policía le invita a acompañarle a la sala de inadmitidos.
La misma hora constará en la partida de nacimiento de Gema, la risueña beba que acaba de asomar al mundo fruto del amor de su mamá Marcela y su papá José. Ha heredado de ella el sabor latino de su piel, de él la inconfundible mirada teutona..
Muy lejos de Madrid, un cayuco con 56 corazones africanos que apenas laten arriba a las costas canarias. Se hunde faltando poco para llegar a la costa, y algunos, débiles, son devorados por el océano. Dos cuerpos sin vida aparecen escupidos por las frías aguas y quedan a metros de una sombrilla. Un Guardia Civil mira su reloj y anota “hora de defunción: 8:15”.
Ella no quiere mirar, su hermano corrió la misma suerte y esa situación le revuelve el estómago, mucho más la ira por la ceguera autista de un pasaje que rara vez se anima a ver

Entonces su vista se pierde en unos pasajeros que a lo lejos descienden de otro avión. Entre los que arriban está Nicolás, que pasaporte italiano en mano llega en “devolución de atenciones”, como gusta decir recordando el viaje que en sentido contrario alguna vez hizo su bisabuelo.
También baja Pedro, joven pediatra del noroeste argentino que viene a especializarse unos meses para volver a atender a esos “changos” humildes de su tierra que tanto le necesitan. No sabe él que sin la carta de invitación tendrá difícil pasar el control migratorio. 8:15 marca el reloj cuando un oficial de policía le invita a acompañarle a la sala de inadmitidos.
La misma hora constará en la partida de nacimiento de Gema, la risueña beba que acaba de asomar al mundo fruto del amor de su mamá Marcela y su papá José. Ha heredado de ella el sabor latino de su piel, de él la inconfundible mirada teutona..
Muy lejos de Madrid, un cayuco con 56 corazones africanos que apenas laten arriba a las costas canarias. Se hunde faltando poco para llegar a la costa, y algunos, débiles, son devorados por el océano. Dos cuerpos sin vida aparecen escupidos por las frías aguas y quedan a metros de una sombrilla. Un Guardia Civil mira su reloj y anota “hora de defunción: 8:15”.
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