Guillermo Monteagudo Encinas, acaba de ser expulsado de España por ese extraño delito de los tiempos modernos: no tener papeles. En silencio, sin los focos ni centímetros de tinta que supieron reflejar sus denuncias contra los Centros de Internamiento de Extranjeros, fue subido a un avión amordazado, con las manos atadas a la espalda, “una especie de chaleco de fuerza” y encintados sus tobillos, rodillas y muslos.
“Me subieron entre tres policías como a una bolsa de patatas y me tiraron en el asiento. Incluso uno me amenazaba con meterme una capucha de tela negra en la cabeza”, contó desde su Tarija natal, allá en Bolivia.
En Abril último, en ocasión en que se produjera la huelga de hambre en el CIE de Aluche, este joven boliviano contó detalles de su encarcelamiento en ese centro, de la suspensión obligada de su tratamiento de recuperación de una tuberculosis pulmonar, de su aislamiento en una celda sucia, del empeoramiento de su estado de salud al punto de obligar a las autoridades policiales a internarle de urgencia en un centro asistencial.
Con desfachatez abrió los ojos a toda una sociedad sobre lo que se ocultaba tras esos muros de la vergüenza. Con dignidad y sin perder su envidiable sentido del humor detalló cada minuto tras las rejas de un CIE.
El 1 de Julio fue llamado por las autoridades del Centro de Aluche para que pasara a retirar su pasaporte y demás pertenencias retenidas desde el mes de febrero, cuando había sido detenido. Casualidades (¿o causalidades quizá?) del destino, un operativo de policías de paisano lo detuvo 100 metros antes de llegar allí. En apenas 12 horas estaba arriba del avión para ser expulsado.
Está claro, la insolencia de la palabra atada a la verdad tiene su precio. ¿Alguien pagará algún día el de la injusticia y el atropello de tanta gente de bien?
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