lunes, 14 de abril de 2008

La lección de Fernando



Fernando no es Fernando, podría llamarse José, María, Lucas o Pedro. No tiene nombre ni apellido, en el tablero de injusticias repartidas por el mundo lo importante no son los nombres propios, sino la lucha por todos, la pelea por cada corazón sin distinciones siquiera del nombre que nos tocó en el reparto familiar.

Fernando, decía, nos recibe como quien necesita imperiosamente saber qué pasa allá afuera, pero más aún con las ansias de quien le urge ser escuchado, comprendido. Golpeamos la puerta de su habitación y salta de su cama para abrirnos con una sonrisa de esas con una autenticidad que es difícil conseguir por las calles. “Pasen, pasen” dice con brillo en sus ojos y se acomoda de nuevo en su cama de la habitación 6010. Mantiene su alegría pese a todo mientras mira por el amplio ventanal el paisaje de la sierra de Madrid que dibuja al fondo, cortinando urbanizaciones y torres que asoman a sus ojos.

Donde está alojado una doble puerta protege a las demás personas de un potencial contagio de su enfermedad, y sin embargo el relato de Fer no deja dudas...esas puertas protegen su salud mental de la putrefacción del mundo en el que vivimos. No siempre los que están entre rejas son los malos, no siempre los que encierra el sistema son los enfermos.

Su relato es continuado, las palabras brotan a borbotones y como una redacción inconsciente de su alma va mechando las anécdotas jocosas con aquellas que le llenan sus ojos de lágrimas contenidas, que no salen pero se dejan ver en la trasluz de su habitación. Vale su fuerza para seguir en pie pese a todo, admirable Fer, admirable...

Se lo ve un tipo tranquilo pese a la velocidad de sus frases. Gesticula, exclama, usa palabras de la jerga de su tierra. Desgrana su historia de a pedazos, como retazos de una manta multicolor, con aromas de ambas orillas del océano, con la frescura de quien mantiene viva la esperanza de seguir peleando, de demostrar(se) que pueden mellar su cuerpo y herir su alma, pero no hacerle renunciar a sus sueños, por él, por sus dos pequeños hijos, por su gente.

Está herido, más allá de una enfermedad que le exigirá cuidados durante más de un año, las llagas que más duelen son las que golpean su alma. Son esas lesiones que marcan para siempre y ante las cuales le será vital mantener la lucidez suficiente para no generalizar el dolor y el rencor no haga mella en su manera de ser y pensar.

El trabajo seguro será lento, reconstruir los jirones a veces es una tarea demasiado pesada para quien viene acumulando golpes de indiferencia y humillación. No generalizar la impotencia, no creer que un malo hace de todos los nacidos en esa tierra malas personas será el paso más importante que Fernando tendrá que dar si no quiere reproducir el odio que le han inoculado los que le apresaron.

Es víctima de dos enfermedades, una que ha herido su cuerpo. La otra muchísimo más grave, la que machacó su alma. Será cuestión, entonces, de ir punto a punto, suturando con precisión, dándose la oportunidad de conocer otra gente, manos amigas del mundo que serán fundamentales para que la sanación sea efectiva. Fer ya ha iniciado el camino, a dar los primeros pasos... guarda en su relato grandes dosis de dignidad y fuerza, con ellas si se lo propone, el éxito está asegurado.

* Fernando se está recuperando en un Hospital de Madrid de un cuadro de tuberculosis, tras haber estado detenido en un Centro de Internamiento de Extranjeros español (CIE), auténtico guantánamo casero en el que no sólo se le prohibió tomar la medicación, sino que fue aislado en una celda durante tres días sin siquiera dejarlo ir al baño.

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