lunes, 10 de septiembre de 2007

El valor de la palabra

Coincidirá, amigo lector, que de un tiempo a esta parte la utilización del lenguaje ha sufrido un viraje radical respecto a décadas anteriores. Así, a la hora de nombrar diferentes situaciones, objetos o características del mismo, los amos del mundo –léase los dueños de la torta- no sólo se han encargado de vaciar nuestra realidad de sueños, ideologías e intenciones, sino que además, en su cínica dialética han dejado sin contenido las palabras, suavizando aquellas que les conviene y cargando de nefastas connotaciones unas que, depende de las intenciones con que se las diga, pueden o no tenerlas.
Recuerdo, por caso, cuando en el año 2001, meses después de llegar a España, estaba junto a compañeros de trabajo charlando y uno de ellos preguntó por Esther, una chica africana que en ese momento se encontraba en una sala de ventas contigua a la nuestra.
.- “La Negra está en la otra sala”, respondí de la forma más natural. Motivo suficiente para que racista fuera la menor lindura que encontrara como respuesta a semejante atrocidad. ¡Cómo había osado decir negra a alguien que tiene la piel de ese color pero que -horrores de los tiempos modernos- no se le puede decir!
Infructuosos fueron los intentos de persuadir y demostrar a todos los demás que en la esencia de la unión de esas letras, que el entramado que lleva de la N a la A no escondía nada más que la mención de un color. Uno más, con tanta fuerza y belleza como la capacidad de apreciación que le diera quien lo nombrara. Que decir negra, era solo eso y no significaba, en esa circunstancia, nada peyorativo.
Incluso, quienes me conocen desde chico saben que para mi familia, amigos y el pueblo que me vio nacer en general, soy el “Negro”, a excepción de algunos apodos llamémosle ”deportivos”. ¡Vaya panda de racistas que habitan ese Trenel, llamarme Negro y causarme estos traumas a tantos kilómetros de distancia y a esta edad!
Eso sí, cuando un jugador alemán, por citar alguno, lleva la pelota y al periodista se le ocurre decir “el rubio delantero teutón”, no hay Dios que diga ni “A”. Rubio está bien visto para las sociedades del mundo, pero hay quien se meta con los negritos. ¡Sacrilegio!
De igual modo, los ciegos hace tiempo que han dejado de serlo para pasar a escala de no videntes. Las guerras y masacres son ataques preventivos y, aunque a usted les parezca una paradoja, se hacen para lograr la paz. Son terroristas todos aquellos que se defienden de la invasión de las grandes potencias imperialistas, sin importar las bombas que llueven sobre su gente, y se levantan muros de cemento y leyes a favor de la integración.
Quizá sea tiempo, entonces, de empezar a dar cada uno desde su modesto espacio, el verdadero sentido a las cosas. Que cuando digamos integración sea con la mano tendida y el corazón abierto, y no con el simplismo hueco de discursos vacíos y millones de euros dilapidados en fundaciones amigas.
Y podamos desaparecer de la faz de nuestro lenguaje la vulgaridad de términos como tolerancia. En este mundo todos somos tolerantes y no nos dimos cuenta que lo lesivo no está en la tolerabilidad de nuestra piel, sino en considerar que alguien, una cosa, un hecho, un sujeto, una circunstancia, encierra en si misma una negatividad tal que requiere de nuestras capacidades de discernimiento para juzgarla de tolerable o no.
Está en nosotros devolver a las palabras la fuerza que le dan los hechos, las realidades. Recuperar nuestra lengua, su maravillosa capacidad de despertar un aplauso (que no es lo mismo que comprarlo) o enamorar un corazón. Su inconmensurable virtud de movilizar nuestros sentidos.
Que la reiteración de palabras vacías no se haga vulgaridad, la vulgaridad costumbre, y la costumbre norma. Declaremos inadmisible normalizar la violencia, las guerras, el hambre y la pobreza, erradicando todos los eufemismos que esconden el sentido trágico de esas realidades. Que amar sea “Amar” por siempre, y querer un sentimiento eterno que se sigue descubriendo en unos ojos que brillan y una sonrisa que nos conmueve.

2 comentarios:

  1. Un saludo. Placer encontrarle.
    Y gracias por su comentario.

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  2. Me quedo con estas palabras.."Que la reiteración de palabras vacías no se haga vulgaridad, la vulgaridad costumbre, y la costumbre norma.", las hago mias con tu permiso.
    Coincido plenamente con lo que expones en tus letras.
    Prometo volver. Bibiana (una amiga de Marichu)

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