viernes, 31 de agosto de 2007

Ensayo sobre la ceguera

Hace unos años el Nobel portugués José Saramago con su “Ensayo sobre la ceguera” nos metió en un mundo donde repentinamente todos perdían la visión y en consecuencia asomaba la avaricia y la mezquindad de una sociedad dominada por el pánico que no duda en sobrevivir a costa de la vida de otros. Una sociedad donde el poder, ante el volumen de la pandemia, intenta ocultar el problema, aislarlo, manipularlo.
Ahora bien, volvamos a la realidad de nuestros días y pensemos en los sucesos ocurridos en Alcorcón, en el asesinato de los dos jóvenes ecuatorianos a manos de ETA, en el bombardeo mediático (des)informativo al que hemos sido sometidos en los últimos dos meses, a la realidad de nuestros parques, a la vida de cada uno de nosotros y de nuestro vecino, y también de aquel que pasa caminando por la acera de enfrente.
Miremos, abramos los ojos, veamos (porque convengamos que no es lo mismo mirar... que ver), descifremos la senda de nuestros pasos y saquemos a la luz las verdades en medio de tanta ceguera colectiva.

La ceguera del poder.

Un viejo refrán popular dice que “no hay peor ciego que quien no quiere ver”, y en eso andan los dueños del poder mientras derrochan sus millones hablando de “interculturalidad”, llenándose la boca de todo lo bueno que hacen y en un ensayo más de la ceguera que imponen, omitiendo contarnos lo que dejan de hacer o, no quieren hacer, para hablar más claro.
Es cierto que muchos jóvenes inmigrantes ocupan los parques durante largas horas del día, una cultura que no tiene en su esencia ningún punto de conflicto si la tan mentada integración fuera cierta y desde las políticas sociolaborales y de inmigración no se les cerrara los caminos más importantes que conducen a ella.
¿Alguien puede justificar desde algún punto de vista que los jóvenes que están sin papeles no puedan continuar sus estudios superiores una vez terminado el bachiller? ¿Qué iluminada mente ha tenido a bien prohibir ese derecho tan elemental como el de educarse, el de buscar un futuro, el de insertarse mediante la EDUCACIÓN (así con mayúsculas...) a esta sociedad en la que ya se los castiga prohibiéndole trabajar?.
Tampoco parece valer la pena en esta pantomima colectiva del poder, aumentar el número de parques, escuelas, hospitales y ayudas sociales. No importa que el crecimiento demográfico de España vaya inversamente proporcional a los dineros invertidos. El erario en su afán recaudador necesita construir, aún a costa de destruir los muchos caminos que harían de todos y con todos, un país mejor.

La ceguera de la ignorancia.

Cada vez más la inmigración viene a ser un problema para la sociedad española. Las encuestas se suceden y –posibilidad de manipulación mediante- alertan respecto a una preocupación que va creciendo por encima de las bombas de ETA, la precariedad laboral o el acceso a la vivienda, por citar solo algunos ejemplos.
No es para menos...la ignorancia (tampoco estaría mal llamarla desinformación) tiene estas cosas. Cuando se habla de bandas todos somos “Lating King” y nadie quiere encargarse de ir un poco más allá en los conflictos que se puedan generar.
El caso Alcorcón ha sido una clara muestra de ello. Dos grupos se enfrentaron con puñales, armas de fuego, bates de béisbol y cuanto objeto arrojadizo encontraron en el camino. Hubo tres heridos de arma blanca, uno de nacionalidad colombiana. ¿Se habrá auto-lesionado o quizá un joven español manejaba la navaja con la misma vehemencia y desconsideración a la vida que sus supuestos agresores?.
Mejor no saberlo y seguir ciegos, parece ser la tónica general. Que nadie se entere que del total de agresiones generadas por bandas, el 75 por ciento son producidas por grupos neonazis, de ultraderecha, de esos que odian a los inmigrantes. ¡Que nadie abra los ojos!, no sea cosa que veamos en las fotos de los campos de juego españoles que entre los 15 mil ultras está el hijo de la vecina, ese de buenos modales, que va al colegio con la ropa planchada y pasea de la mano con su novia.
Sin embargo, algunos de nosotros lo hemos sufrido o cuando menos visto. Sin ir más lejos, quienes quisieron ver y no sólo mirar por el simple echo de entretener su globo ocular, habrán notado que al otro día de la reyerta en Alcorcón cientos de adolescentes (algunos de ellos niños) salieron a la calle en bandas claramente identificadas con nombres y fines, con la única consigna de “matar a los latinos”, mostrando una pertenencia violenta que difícilmente pueda nacer espontáneamente fruto de la ira del momento. Muchos los hemos visto... y él, ese joven que gritaba, no es pobre ni inculto, tal vez ni siquiera se emborracha o fuma un porro, simplemente porta el odio a los distintos y la ignorancia de no ver que todos somos iguales.
La misma ignorancia que no diferencia “inmigrantes” de “extranjeros” a la hora de hablar de delincuencia, que pone nacionalidad solo a los “de afuera” que cometen un delito pero no a los nativos que lo hacen. Idéntica ignorancia que acusa con el dedo a la mamá inmigrante que lleva a su niño a la salud pública y cierra los ojos ante el funcionario que ordena reducir el presupuesto en salud y ayudas sociales. La que nos culpa de la precariedad laboral, pero busca un inmigrante para el trabajo doméstico “porque sale más económico” y, encima, no se siente obligada a darle de alta en la Seguridad Social.

La ceguera de la pobreza

Tapa de los periódicos de toda España. Un titular a dos líneas destaca que la mamá de uno de los muchachos ecuatorianos fallecidos en el atentado de Barajas perpetrado por ETA, Carlos Alonso Palate, ha recuperado su visión tras 30 años de ceguera.
María Basilia es hoy una sexagenaria, su hijo al morir tenía 35. No pudo verlo crecer ni partir cuando hace cinco años se despidió para buscar su futuro -ahora truncado salvajemente- en España. No pudo disfrutarlo con su delantal blanco de la escuela, ni en sus cumpleaños, ni conoció a su primera novia.
Las crónicas contarán que ha conocido el mar, que ha visto el piso que habitaba Carlos, que se ha maravillado con la Puerta de Alcalá, la Diosa Cibeles, o la Ciudad de las Artes y las Ciencias en Valencia... los flashes de las cámaras inmortalizarán esos momentos que seguro Basilia ni siquiera deseó vivir, escoltada por caricaturescas sonrisas de afiche de campaña y caras de circunstancia que mañana, o tal vez ya hoy, se habrán olvidado de ella.
Pero nadie dirá nada sobre la paradoja de sus días... sólo la oscuridad de la muerte de un hijo logró dar luz a sus ojos, sólo el asesinato de Carlos hizo que alguien mirara hacia el lado de su indigencia. María Basilia vivió tres décadas sin ver a su hijo, con la único pecado de ser pobre, de padecer cataratas, de sufrir, en síntesis,... la ceguera de la pobreza.


Este texto fue escrito el 8 de Febrero de 2007, ocasión en que la madre de un joven ecuatoriano asesinado en un atentado de ETA, fue traída a España para conocer donde vivía su hijo. La señora, padecía desde hacía 30 años una ceguera total producto de la enfermedad de cataratas,

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