sábado, 25 de mayo de 2013

Los desafíos por venir

El ataque neoliberal parece arrasar con todo y entre sus estrategias para dejarnos sin nada destacan dos sobre el resto: desviar la atención a culpables que no lo son, como las personas migrantes, y la más efectiva, abrumarnos con sus planes de ajustes y reajustes, violencia social, policial y mediática para que nos sintamos impotentes ante ese arremetida de malas noticias.

Estamos como esos boxeadores a los que un golpe en el mentón los ha dejado grogui, sin caernos a la lona, tambaleantes, pero fundamentalmente sin posibilidad de una respuesta que no sea cubrirnos, intentar salvarnos de que el próximo golpe nos derrumbe por completo. Nos cubrimos el mentón y nos pegan en el pómulo, nos cubrimos el pómulo y el golpe va al hígado. Un metáfora que se ve representada en nuestra necesidad de correr de uno a otro lado, a parar un desahucio, a evitar una expulsión, a frenar una redada, a manifestarnos…pero cada vez menos nos deja tiempo para repensarnos en estrategias, en nuevos discursos y tácticas para enfrentar sus nuevas armas.

Hay que reconocerle algo al poder, sabe lo que hace y cómo hacerlo. Al fin y al cabo la “receta” que nos está aplicando ya se cocinó en muchos otros países… pero no precisamente para garantizar bienestar y, ni siquiera, un plato de comida.

Primero, montaron la caverna mediática más retrógrada que hayamos podido imaginar, pero también muy efectiva para lavar cabezas. Sin dudas el ataque de leyes y ajustes no sería posible sin la fuerza de esos mensajes contaminados, mentirosos, que cubren toda la parrilla de la pantalla, con la anuencia de periódicos en manos de grupos económicos de entrecruzados intereses nacionales e internacionales, e incluso con accionistas de grandes grupos inversores y financieros.

Vieja estrategia, primero ganar la batalla mediática, y luego, todo es más es fácil. Por eso, quizá, llevan años hablando de que no hay dinero para todas, que el Estado no da más, que es necesario ser competentes (y en consecuencia solo las personas inútiles no podrán alcanzar el éxito), que todo en manos privadas funciona mucho mejor, etc.

Y ahora la segunda batalla, la de implementar las medidas, y que encuentra una sociedad contaminada y –esencialmente- con mucho miedo… a perder el trabajo, a protestar, a perder los papeles, a que me expulsen, a que me sanciones, a que no me renueven el contrato, a que me encarcelen, a que me multen, a juntarme con esa otra persona que vino de otros lados y es quien puede ocupar mi lugar de trabajo en cuanto me descuide, a interactuar, a solidarizarme, a acercarme a cualquier estrategia social que desde la misma caverna han dado en llamar “nuevos terroristas”, “guerrillas” o parecidos.

En ese contexto, con más de cinco millones de personas desocupadas y subiendo, es decir un 25 por ciento de la población activa sin trabajo y entre las más jóvenes más de la mitad de ellas. Con el fin de la atención sanitaria gratuita, la no renovación de las profas y profes interinas y la consecuente superpoblación en las aulas, el quiebre de la pequeña y mediana empresa, más de 150 familias por día que quedan en la calle por los desahucios, aumento de impuestos, mayor presión fiscal y bancaria, el panorama se presenta realmente oscuro.

A nadie escapa que todo este ajuste representará más exclusión, una escuela cada vez más cercana a funciones de contenedor social que las meramente educativas, la tercera edad abandonada y una nueva generación que difícilmente pueda alcanzar el estado de bienestar que supimos conocer. Mayor conflictividad social, problemáticas sociales que se acentúen (violencia de género, droga, personas en la calle, irascibilidad en la gente, depresión, suicidios, etc.). A nadie escapa que lo que nos tocará vivir será duro, pero las consecuencias, los efectos reales, tal vez recién los podamos ver en la generación venidera.

Sin embargo, y aunque el frente de tormenta realmente asusta, como espacios que creemos en la construcción conjunta para defender derechos sociales de todas, en la elaboración de redes de resistencia y solidaridad, tal vez sea en este contexto donde podamos finalmente encontrar eco a esas viejas consignas de la lucha precaria, de construir sin distinción porque alguien haya nacido en uno u otro lugar.

La ruptura del Estado de derecho va a suponer, posiblemente, que muchas personas que acudían a los servicios sociales de la comunidad o los ayuntamientos, recurran a nuestras redes y será un desafío construir conjuntamente alternativas para hacer frente a las nuevas problemáticas. Luchamos contra una tradición onegeista, una concepción tradicional que crea dependencia en quien recibe, donde quien se acerca viene a que le den una solución pero rara vez a buscarla juntas, y estará en todas nosotras, poder contagiar nuestras ganas y modestas –pero no por ello menos importantes- experiencias de construir y soñar coletivamente, de arrimar el hombro.

Lo estamos viendo ya. La experiencia de lucha barrial contra los desahucios nos está marcando el camino de que es posible. No importa si el banco se quiere quedar con la casa de Mohamed o de Ana, de Roberta o de Manolo. Importa que ellas se han juntado, se han entendido, se han sentado a pensar en su lucha y hemos entendido, que ese es el camino.

Ha llegado el momento que desde muchos colectivos veníamos anunciando: cuando una persona es privada de un derecho, nos están privando a todas, porque nunca se sabe donde se frenará la guadaña cercenadora de quienes mandan. Lo que hasta ahora era prohibir de derechos a las personas migrantes, se ha extendido a privar de los mismos a gran parte de la sociedad, parece que llegan los tiempos –finalmente- de todas reclamar por los derechos de todas. La lógica que están empleando es siempre la misma: la versión utilitarista de que si no produces no sirves; si no ganas no eres persona; si no tienes, no vales. Y mucha gente que se acerque seguro llegará con la autoestima tan herida que considere que no vale, que no sirve, que ni siquiera es.

Por eso el desafío de seguir construyendo será, como siempre, desde los propios cuidados y el de las compañeras y compañeros. Empezar por ahí para ir levantando ladrillos en la construcción colectiva. Aprehendiendo de todas las experiencias ya desarrolladas, porque aunque ninguna podamos considerarnos inventoras de nada, sí debemos sentirnos capaces de todo.

Tal vez vayan quedando desfasadas viejas herramientas y sea necesario implementar nuevas. Por eso, en ese caminar, será fundamental revisar una y otra vez los mecanimos y dispositivos que vayamos creando. Tener espacios de pensamiento y construcción de discurso…las personas que mandan quieren que no pensemos, que lo nuestro sea correr y correr, que no está mal porque estamos viendo que también se logran éxitos colectivos. Pero necesitamos pensar, evaluar, aprender y desaprender. Porque en ese freno podremos conocernos más, fortalecer nuestras redes y seguir creciendo.

Quizá sea esta reflexión un tanto optimista, pero pensamos que ya está la realidad para pegarnos en el día a día como para ponernos límites a la hora de proyectarnos como colectivos en red. Las luchas sostenidas hasta el momento no han sido fáciles, y seguimos aprendiendo en el día a día; lo que viene parece será peor, pero aquí estaremos, dispuestas a construir entre todas por ese mundo mejor que ya no solo debemos sentir como posible, sino como urgentemente imprescindible.

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