Parece que el primer ministro israelí no para de sumar títulos honoríficos a su brillante carrera para ascender posiciones en el olimpo de las personalidades más detestables, reaccionarias e inhumanas de la historia de la humanidad.
A estas alturas de su biografía, afirmar que es un genocida, creo, no puede sorprender a nadie, ni siquiera molestar…salvo al entorno reaccionario que le apoya y protege. Lo que no sabíamos y hemos venido a descubrir en este 2010 (justo un año después de su última gran acción bélica en los territorios ocupados palestinos, con el bombardeo de las instalaciones de la ONU incluidos), es que también adolece de la terrible enfermedad de alzeihmer.
Sólo pensar que tiene una enfermedad de esas puede justificar que diga frases como “los infiltrados causan un daño cultural, social y económico y nos conducen hacia el Tercer Mundo", en referencia a la inmigración irregular que llega a Israel, producto de guerras en países como Sudán, generadas –claro- por genocidas de su estirpe.
¿Pero puede quejarse de la inmigración?...si hay algún pueblo que por diferentes circunstancias se ha visto obligado a migrar ha sido el israelí. Basta mirar –a libre elección- países de los cinco continentes para ver la presencia judía en el planeta, basta recordar la huída de cientos de miles de judíos para escapar de las garras del nazismo.
Que sepa no obstante este abominable personaje, que nos enorgullece más ser dignos habitantes de un digno país del Tercer Mundo, que de una potencia empeñada en masacrar a todo un pueblo como el Palestino, para saciar las veleidades mesiánicas de una casta política que solo sabe de guerras, bombardeos y muerte.
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