miércoles, 1 de abril de 2009

Hasta siempre Don Raúl


Ha muerto Raúl Ricardo Alfonsín, o “Raúl querido” como multitudes del pueblo argentino supimos saludarlo. El tipo había nacido el mismo día que yo, bueno, en realidad yo el mismo día que él, un 12 de marzo, y zodiaco aparte fue una de esas figuras que marcaron aquellos años de niñez/adolescencia que me tocaron vivir con ojos de quien despierta al mundo.

Duele escribir de él, cuesta teclear que el tipo “fue”, cuando íntimamente uno siente que es y por siempre será un símbolo de la democracia y los Derechos Humanos en una tierra que, al día de hoy, tiene más años de dictaduras que de Gobiernos libremente votados por el pueblo.

Recuerdo siempre aquel 1983, esas campañas multitudinarias en que Raúl llegó a juntar más de un millón de personas en la mítica Plaza de Mayo. Su recorrido por el país, las lágrimas de mi abuela cuando lo escuchábamos hablar a pie del palco, boina blanca en la cabeza, y la sigla “RA, Raúl Alfonsín” en la pegatina celeste y blanca que enorgullecía nuestro pecho. La misma que se paseaba en millones de automóviles y teníamos, incluso, pegada en el cristal de la ventana de la cocina de casa.

Si hasta una vez en uno de esos actos la abuela me trajo el premio de la boina autografiada por el gran líder radical. El tipo tenía un carisma que no se consigue en las tropas partidarias del primer mundo. Empatizaba rápido, convencía, emocionaba. Abanderaba la vuelta a la vida tras 7 años de la dictadura más sangrienta que azotó nuestro país.

Hasta fue en ese furor, ¡sí, cuando apenas tenía 10 años! Que me agarré la primera borrachera de mi vida. Inolvidable acto en el salón de la “Tercera Italia”, local de la Asociación Italiana de mi pueblo. Allí con un gran amigo, Eduardo, entre choripanes y ensaladas, en un juego de niños terminando mezclando vinos y cerveza, mareados a más no poder.

Recuerdo el viaje a un acto que dio en Santa Rosa, la capital de mi provincia. Fuimos en un camión, en la parte de atrás. Una multitud fervorosa vivó al líder que nos prometía que “con la Democracia, se come, se educa, se cura”. Curtido en la Asociación pro Derechos Humanos en las épocas en que eso no era rentable para la clase política el tipo era la esperanza, el sueño de paz que todo un pueblo necesitaba.

Así el 10 de diciembre de 1983 derrocó con más del 51 por ciento de los votos al principal candidato opositor, del Partido Peronista, Italo Argentino Luder, otrora uno de los firmantes en el año 1975, del decreto que durante el Gobierno de Isabel Martínez de Perón ordenó la “aniquilación de la subversión”. Era la primera vez que el Peronismo caía derrotado en las urnas.

Me viene a la mente la caravana de autos por el pueblo, mi abuela sin voz y los ojos bañados en lágrimas, los abrazos fundidos por el nuevo camino que nacía. Las banderas rojas y blancas que se entremezclaban con las albicelestes, gente de histórica mesura que ese día se quebraba como niño. Eran llantos de alegría, gritos que espantaban la muerte que aún amenazaba con golpear nuestras puertas. Y aunque como en toda elección hay ganadores y perdedores, aquella vez habíamos ganado todos.

Le tocaba la enorme tarea de reconstruir una sociedad rota, con demandas históricas y el cuerpo sangrante de tanta represión y muerte. Aún se escuchaban ecos de la metralla militar y el viento sur traía el olor a pólvora quemada de Malvinas. Los poderosos (y sospechosos) de siempre empezaban a afilar sus uñas para no perder el poder logrado al amparo de las botas.

Raúl se plantó en un principio como esos número cinco que salen a “comerse la cancha”. Firme en sus convicciones se enfrentó a la Iglesia y logró sacar adelante la Ley del Divorcio, uno de los avances más importantes de la sociedad civil argentina en los últimos 25 años. Se peleó con las sindicales obreras (una lacra que jamás ha estado del lado de los trabajadores por aquellos pagos) y hasta tuvo la enorme dignidad de plantarse a Ronald Reagan en la propia Casa Blanca y hacerle reproches con su dedo índice apuntándole y el rostro adusto y ceñido.

Pero su buque insigne, fueron aquellos juicios a las Juntas Militares que impulsó desde el primer día. Un ejemplo que casi no encuentra correlación a nivel mundial. Casi no ha habido país que a apenas un año de derrocar la dictadura, se haya animado a sentar en el banquillo a los mayores genocidas de la historia. Y Alfonsín lo hizo. Aún conservo los videos de aquel momento y me emociono como el primer día. Gracias Raúl.

Después, es cierto, le torcieron el pulso. Los sindicatos, la Iglesia, los militares y los mismos grupos económicos le obligaron a negociar, a entregarse, hasta despedirlo en medio de un caos que especialistas de todo el mundo no han dudado en definir como “un golpe de Estado económico”.

Pero su gran mancha negra fueron aquellas Pascuas de 1987, cuando un alzamiento del ejército carapintada movilizó a todo un país. Si hasta en pueblos como el mío, de menos de cinco mil habitantes y perdido en medio de la desolada llanura pampeana salimos a la calle a defender ese tesoro llamado Democracia.

La Plaza de Mayo otra vez se llenó de almas, esta vez en pie de guerra para defender la paz. Si aquel día Alfonsín pedía al pueblo marchar hasta los cuarteles, seguro la gente iba y ponía su cuerpo a las balas. Fueron miles, quizá millones, los que salieron a gritar que no estaban dispuestos a renunciar a esa Democracia que, aunque imperfecta, querían que viviera “por 100 años más” como reiteraba el líder radical. Y ese día el viejo nos falló, nos dijo que la casa estaba en orden, y todos nos fuimos a dormir con la sensación de un enorme triunfo bajo el brazo.

Aquella mentira saldría a la luz cuando meses después firmó las Leyes de Punto Final y Obediencia Debida que liberó a los mandos menores responsables del genocidio. El murió diciendo que aquella renuncia le había dolido como nada en su vida, que había sido necesaria para defender esa Democracia por la que el pueblo estaba dispuesto a luchar. Algún día la historia quizá, nos permita saber si fue renuncia y traición, o un sacrificio para seguir construyendo.

Mucho después también fue artífice del Pacto de Olivos que permitió a reelección del nefasto Carlos Menem, y se fue entre huelgas sangrientas (nunca vistas en la historia democrática reciente) y una hiperinflación que sepultó sus esperanzas de hacer del Alfonsinismo, un tercer movimiento histórico.

Tengo la sensación que el tipo nos falló, es cierto. Pero no puedo olvidar que también hizo lo que nadie se atreve y fue capaz de enfrentar con dignidad uno de los momentos más importantes de la historia argentina. Creo que se fue un tipo humilde, demócrata empedernido, de convicciones férreas y transparencia en la mirada. Por eso estas lágrimas de tristeza. Por eso mi respeto y admiración. Por eso…hasta siempre Don Raúl.
La Plaza de Mayo colmada: volvía la Democracia

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