domingo, 8 de marzo de 2009

Miedo de mis miedos



Tengo en casa empadronadas (domicilio registrado) a casi 10 personas que, obviamente, no viven conmigo, y para la nueva Ley de Extranjería, de aprobarse como el Gobierno pretende, estaría cometiendo 3 infracciones muy graves, lo que implicaría una multa mayor de los cien mil euros e incluso la pérdida de mis papeles y la detención para ser deportado.

Y confieso que cuando leí que los “demócratas” de turno pretendían arremeter de esta forma contra lo más digno que tenemos como sociedad, nuestra cultura de la solidaridad, tuve miedo y pedí a mis compañeros de lucha que me ayudaran a cambiar el padrón de esos chicos.

Desde aquel momento, debo admitirlo, me sentí un poco menos humano, un poco más mierda. Estaba renunciando a lo único que puedo ofrecer como persona, a lo que hace que mi gente pueda sentirse orgullosa de mi: la capacidad de ser solidario, de animarme a mirar y atreverme a ver lo que pasa alrededor de mi vida, la de tender la mano y aceptar cuando otro la tiende.

A dos meses de aquella decisión he llegado a la conclusión que no puedo ni quiero renunciar a la solidaridad, ni aunque ello signifique perder lo que tanto me costó conseguir. No quiero ser de los que se entreguen en esta pelea desigual contra los que buscan un mundo más injusto y quieren castigar –como siempre- a los que menos tienen.

Quiero mirar de frente a los amigos a los que tendí la mano, y no tener que agachar la vista porque no me animé a defender sus derechos, que son los míos. Deseo matar el miedo con el recuerdo de los muchos que sí me inscribieron, y también me dieron trabajo cuando la Ley amenazaba con castigarlos a ellos.

Quiero abrazar a estos amigos del alma y decirles que hasta el último minuto estaremos juntos, codo a codo, ellos con sus precariedades absolutas, nosotros con nuestras precariedades relativas. Ambos con la solidaridad como bandera, y una dignidad que no podemos darnos el lujo de poner en juego.

Tengo miedo de mis miedos. No quiero sentirme derrotado, no debo ser derrotado. No me permito por miedo renunciar a lo que creo está bien, no me perdono arrodillarme ante la intolerancia más ruin. No puedo verme así, dudando entre lo que mi corazón manda y los miedos me aconsejan. Es hora de defender lo que soy y lo que somos, sin renunciar a nuestra dignidad.

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