Alguna vez leí, allá en mi adolescencia, un libro que hablaba de ese sentirse un desocupado, ese ser un número en la fría estadística de los que engrosan las listas del paro. Ese ya no ser, en realidad… Ya no ser persona, ya no sentirse digno ni capaz, ya no tantas cosas…
Aquellas palabras hablaban del dolor de un ya no ser que se crece cuando el sistema –como si dejarte sin nada fuera poco- se empeña con sus mecanismos más genuinos en hacerte creer que la culpa de todo es tuya, que nadie tiene más culpa que vos por la ineptitud de no conseguir el trabajo, que el mundo está hecho para los hábiles y –resultados a la vista mediante- no parece que estés incluido en el selecto grupo de los elegidos.
Hoy, en verdad desde hace dos meses, he redescubierto lo que es sentirse un número más, el sentirte culpable de todo lo que te pasa y de nada de lo que tienes, el frustrarte a cada minuto un poco más, el no poder redescubrirte como un ser humano digno de seguir peleando cabeza levantada y sin vergüenzas.
Es jodido esto de ser un número. ¿Seré el desocupado 3.000.049 o tal vez alguno más alto?...Vaya tontería vengo a preguntarme, como si en la danza de cifras el tener una u otra significara, al menos, la ilusión de ganar un premio.
Quizá solo importe darse cuenta que los números no tienen alma ni vida y uno aunque aún respira, siente que cada vez que el sol se va la jornada se riega de frustraciones repetidas y pierde un hálito más de esperanzas y sueños.
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