
La liberación de Clara Rojas y Consuelo González de Perdomo ha traído a los que creemos en los caminos del diálogo un soplo de esperanza. La postergada entrega de ambas secuestradas por parte de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) viene a darnos un mensaje que, cualquiera sea el ángulo desde el que se analice, simboliza mucho más que la puesta en libertad de estas dos mujeres.
Primero y ante todo, esta liberación es el triunfo del Derecho Humano Internacional y así debe tomarse, muy por encima de la verborragia del presidente venezolano Hugo Chávez o de su par colombiano, Álvaro Uribe, quienes con sendas apuestas a sus particulares show mediáticos han dejado en claro que su éxito político les interesaba mucho más que el rescate de Clara y Consuelo.
La libertad es también un triunfo del diálogo, de la vida ante tanta muerte que acosa, un halo de luz que seguro no constituye un camino de flores con miras al futuro, pero sí un sendero espinoso que es necesario animarse a explorar como única vía posible para la liberación de los cientos de rehenes y, lo que es más importante aún, como ineludible tránsito hacia la paz final del hermano país.
Colombia y su gente merece la paz, y por primera vez la implicación de los demás países sudamericanos y alguna potencia europea (caso Francia) deja la sensación que ya no puede tomarse este conflicto como “cosa de otros”, del pueblo colombiano. El mundo ya no puede seguir mirando hacia un costado y sólo fijar sus ojos en tierra cafetera para hacer sus negocios con el petróleo o el narcotráfico.
Es necesario que el apoyo mostrado se multiplique y afiance, que quienes puedan hablar con los grupos guerrilleros lo hagan y procuren persuadirlos de que el único camino es la negociación. Es obligación que el Gobierno olvide el camino de las armas para frenar el conflicto, que desarme los grupos paramilitares (históricamente brazos armados de los Gobiernos del mundo) y entienda que sin diálogo no hay esperanza posible.
El 1 de enero muchos en
el mundo nos levantamos con los sentidos puestos en una liberación que se postergaba entre acusaciones cruzadas e intereses egoístas que salían a la luz en una catarata de descalificaciones que solo parecían poner en peligro la vida de las por entonces aún rehenes.
Hubo que esperar para verlas en libertad, pero finalmente Consuelo y Clara ya están entre nosotros, y también el hijo de ésta última, Emmanuel, de quien había sido separado ya hacía mucho tiempo. Ella dos y el niño nos muestran el camino, ahora queda en cada actor del conflicto apostar sus fichas al encuentro, y a nosotros comprender que, como dijera el gran poeta uruguayo Mario Benedetti, “en la calle, codo a codo, somos mucho más que dos”.
Primero y ante todo, esta liberación es el triunfo del Derecho Humano Internacional y así debe tomarse, muy por encima de la verborragia del presidente venezolano Hugo Chávez o de su par colombiano, Álvaro Uribe, quienes con sendas apuestas a sus particulares show mediáticos han dejado en claro que su éxito político les interesaba mucho más que el rescate de Clara y Consuelo.
La libertad es también un triunfo del diálogo, de la vida ante tanta muerte que acosa, un halo de luz que seguro no constituye un camino de flores con miras al futuro, pero sí un sendero espinoso que es necesario animarse a explorar como única vía posible para la liberación de los cientos de rehenes y, lo que es más importante aún, como ineludible tránsito hacia la paz final del hermano país.
Colombia y su gente merece la paz, y por primera vez la implicación de los demás países sudamericanos y alguna potencia europea (caso Francia) deja la sensación que ya no puede tomarse este conflicto como “cosa de otros”, del pueblo colombiano. El mundo ya no puede seguir mirando hacia un costado y sólo fijar sus ojos en tierra cafetera para hacer sus negocios con el petróleo o el narcotráfico.
Es necesario que el apoyo mostrado se multiplique y afiance, que quienes puedan hablar con los grupos guerrilleros lo hagan y procuren persuadirlos de que el único camino es la negociación. Es obligación que el Gobierno olvide el camino de las armas para frenar el conflicto, que desarme los grupos paramilitares (históricamente brazos armados de los Gobiernos del mundo) y entienda que sin diálogo no hay esperanza posible.
El 1 de enero muchos en

Hubo que esperar para verlas en libertad, pero finalmente Consuelo y Clara ya están entre nosotros, y también el hijo de ésta última, Emmanuel, de quien había sido separado ya hacía mucho tiempo. Ella dos y el niño nos muestran el camino, ahora queda en cada actor del conflicto apostar sus fichas al encuentro, y a nosotros comprender que, como dijera el gran poeta uruguayo Mario Benedetti, “en la calle, codo a codo, somos mucho más que dos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario